La saga de los Argila (2): Jaime, el fugitivo (1911-1919)

En la ilustración: Jaime de Argila en la Barcelona del pistolerismo (Jaume Marzal)

Texto: FRANCISCO VEIGA y JUDITH ARGILA

Ilustración: JAUME MARZAL

Tras salir de El Cairo con su familia, Jaime de Argila arribó, presuntamente, a Barcelona. Algunos de los años que iban a transcurrir están en blanco, y nadie parece saber a ciencia cierta en que los empleó el corresponsal y arabista.

Pero es un dato claro que a su llegada a Cataluña en 1911, Jaime empezó a trabajar como redactor en el diario La Tribuna, y pronto se hizo un nombre polemizando en torno al debate sobre la traída de aguas a Barcelona, un asunto candente por entonces y muy ligado a la gestión del Ayuntamiento. Dos años más tarde, Jaime pasó a dirigir ese periódico así como El Día Gráfico. El diario La Tribuna había sido fundado en 1905, y el segundo nació precisamente en 1913. Ambos eran publicaciones gráficas, un producto muy apreciado en la época. Precisamente, El Día Gráfico alardeaba de publicar sus fotografías con el “novísimo sistema Rotogravure”, inspirándose directamente en el conocido tabloide británico Daily Mirror, aparecido en 1903.

Pero lo importante era que ambas cabeceras pertenecían a la firma Publicaciones Gráficas SA, del empresario y político Juan Pich i Pon. De orígenes sociales muy humildes, el que llegaría a ser alcalde de Barcelona y gobernador general de Cataluña en 1935 empezó trabajando como electricista para terminar convirtiéndose en empresario del sector eléctrico con perfiles de tiburón. Su incultura, muy ridiculizada por la sociedad barcelonesa era la de otros tycoons surgidos de la pobreza, como el mismo Henry Ford. De su pujanza en la Barcelona de la época nos queda la denominada Casa Pich i Pon en plena Plaza de Catalunya.

Los negocios de Pich i Pon relacionados con la electricidad, tales como  Hidroenergía del Cadí, Sociedad Española de Construcciones Eléctricas (SECE) y sobre todo la poderosa Compañía de Fluido Eléctrico S.A., tendrían su importancia en los destinos de la familia Argila. Pero, de entrada, el acceso de Jaime al mundo de la prensa barcelonesa estuvo directamente vinculada también a Pich i Pon y los periódicos de su empresa Publicaciones Gráficas S.A. De esa forma, el arabista se introdujo en el mundo lerrouxista de los negocios en Cataluña, cosa que a parecer, le acompañaría hasta el final de sus días. Y en sintonía con ello, su labor al frente de El Día Gráfico fue crítico con el catalanismo y la Mancomunitat, pero marcadamente profrancesa, de lo cual se lamentaba La Veu de Catalunya ya en noviembre de 1913.

La primera etapa, al menos en un plano visible, fue corta. En 1915, Jaime de Argila se veía obligado a dejar la dirección de los periódicos. La razón era de tipo político y él mismo se la confesará al novelista de vanguardia y periodista menorquín Mario Verdaguer, cuando éste acudió a buscar trabajo en el periódico: él era francófilo y la redacción, casi en masa, mostraba gran entusiasmo por los alemanes. De hecho, el mismo Jaime le pedirá apoyo a Verdaguer para no continuar solo en aquel terreno hostil. El escritor escribirá: «Pronto comprendí que aquella redacción era un barril de pólvora que iba a explotar cualquier día. Aquel ambiente me descorazonó (…) El conde me amargaba la existencia con sus largas peroratas sobre la superioridad teutónica». Se refería al jefe de la sección de noticias internacionales, Salvador Armet, conde de Carlet. De ahí el despido de Jaime de Argila y con él, de Mario Verdaguer, en septiembre de 1915.

Con el tiempo, hacia el final de la Gran Guerra, el vicecónsul alemán, Von Karlowitz, dirigía ya directamente la línea política de La Tribuna y El Día Gráfico; y de hecho, este último periódico había sido adquirido por los alemanes.

Ciertamente, el posicionamiento a favor de la Entente o los Centrales dió lugar a una guerra de violentas animadversiones. España era neutral, no había entrado en la Primera Guerra Mundial, pero aún así, esa contienda iba a cambiar Barcelona.

No se trataba sólo del dinero que generaron los encargos de equipos para el Ejército francés, sino también la llegada de aventureros, refugiados y prostitutas de toda Europa que enloquecieron la ciudad durante los años que duró la contienda y los que vinieron después. Llegó también la droga, primero a partir de los excedentes de morfina que se suministraban a los soldados heridos o mutilados en Francia. Luego fueron la cocaína e incluso la heroína que consumían los jóvenes de la clase media enriquecida, con tal displicencia que Ricard Opisso incluso dibujó un Auca de la mort para llamar la atención sobre los efectos de la droga. El maestro Joan Viladomat Massanas, autor del célebre tango Fumando espero (1923), compuso una pieza de gran éxito en 1926: El tango de la cocaína.

Por lo tanto, los locos años veinte de Barcelona no tuvieron mucho que envidiar a los de Berlín, con el añadido de que ya en el tramo de 1914 ó 1915 a 1918 se pusieron las bases del desenfreno posterior. Esto incluyó la presencia en la ciudad de agentes de las potencias beligerantes, algunos de los cuales se apoyaron en las autoridades hasta el punto de implicarse, en los años veinte, en los conflictos sociales y políticos de la ciudad.

El libro de Eduardo González Calleja y Paul Aubert, Nidos de espías. España, Francia y la Primera Guerra Mundial, 1914-1919 (Alianza Universidad, 2014) traza un detallado relato de la guerra secreta entre los espías de la Entente y los Centrales en toda España y, por supuesto, en Barcelona. En él se explica, con suficiente respaldo documental, cómo agentes alemanes lograron articular una campaña sistemática contra las empresas que fabricaban y vendían suministros a Francia, pagando fuertes sumas y movilizando a sindicalistas corruptos para organizar en ellas huelgas y conflictos laborales.

Tras la contienda, a pesar de la derrota alemana, los antiguos agentes a favor de uno y otro bando -o dobles o triples- continuaron explotando las redes operativas de información e influencia, poniéndolas a disposición del mejor postor, esto es, la patronal. Ese fue el origen del pistolerismo y de la Banda Negra, protegida y coordinada por el comisario Bravo Portillo en la Barcelona de los años veinte.

De esa forma, se entiende lo sucedido con Jaime de Argila tras abandonar la redacción de El Día Gráfico. En la Barcelona de aquellos años, sin lugar a dudas, se jugaba la vida. ¿Pero por qué, exactamente?

La que fue sede de El Día Gráfico en la actualidad, calle de Boquería, 37-41, Barcelona

Un informe elaborado en abril de 1928 por una agencia de detectives al servicio del Consulado italiano en Barcelona, especificaba que Jaime de Argila había desaparecido de la ciudad hasta ese mismo año. También explica, literalmente, que «durante los años de la guerra, subvencionado por los alemanes hizo una campaña contra los Aliados en diversos periódicos, particularmente el Diario de Barcelona y El Día Gráfico, del cual fue director durante un tiempo». El informe estaba firmado por Antonio de Nait, director de una importante agencia de detectives barcelonesa y uno de los principales agentes al servicio de los franceses durante la Gran Guerra. En teoría, sabía de lo que hablaba. ¿Entonces, cómo se explica esa información sabiendo que Jaime de Argila era reconocidamente francófilo?

La respuesta está en Juan Pich i Pon, que siendo también partidario de los franceses, impulsó campañas de propaganda activa a través de los medios de sus Publicaciones Gráficas S.A., y especialmente de El Día Gráfico. Las razones precisas de ello se desconocen, al margen de las hipótesis. Por un lado, no era nada extraño jugar a dos, tres o más bandas en la convulsa Barcelona de los espías durante la Primera Guerra Mundial. Era el momento de ganar dinero a manos llenas y muchos se emplearon a fondo en tan peligroso juego. Pich i Pon fue uno de esos dobles apostadores, quizá porque en sus negocios de eléctricas, recibía inversiones de una de las principales compañías europeas del ramo: la alemana AEG.

Dado que Jaime de Argila era uno de los hombres de confianza de Pich i Pon, no le quedó más remedio que arrimar el hombro en esa estrategia hasta que, como le explicó a Mario Verdaguer, ya no pudo aguantar más. Tras saltar por los aires el tinglado, era un agente doble que sabía demasiado y alguien se ocupó de sacarlo de la ciudad. Aparentemente, fueron los servicios de inteligencia franceses y el mismo gobierno español. En una fotografía cedida por las familia Argila se puede ver a Jaime acompañado de un misterioso personaje. El retrato está fechado en 1915 y situado en Baleares. Se reconoce en la foto a Jaime de Argila con un sombrero de ala ancha, descrito como «oncle Jacques». Pero ¿quién es el otro personaje? El pie de foto lo identifica como «Romanones», lo cual encajaría perfectamente: francófilo a machamartillo, en diciembre de 1915 encabezó un gobierno abiertamente partidario de los Aliados. Y sin embargo, no es el conde de Romanones quien aparece en la foto, no tiene su aspecto, sino el embajador francés en Madrid, Léon Geoffray, el cual tuvo un destacado protagonismo en la creación de una red de espías franceses en España durante la Primera Guerra Mundial.

Foto: Fondo familia Argila