El título apropiado para esta película debería ser «Conspiración en Al Azhar», la prestigiosa universidad cairota, fundada por los fatimíes en el año 975, y que hoy en día sigue siendo referente de prestigio en el mundo musulmán, principalmente por sus estudios teológicos. Allí acude a estudiar el joven Adam, hijo de un un humilde pescador, con una beca obtenida por intercesión del iman del pequeño pueblo en el que vive, junto con su padre y hermanos.
Tras los primeros días de estancia en Al Azhar, el Gran Iman muere inesperadamente y a partir de ahí, se abre el proceso de elección de su sustituto entre los jeques, que ofician en la universidad como catedráticos de Teología. Pero el asunto tiene una relevancia que va más allá de lo puramnete religioso: el Gran Iman de Al Azhar posee un peso político específico en el Egipto del general y presidente Abdel Fattah el Sisi. Ya ha transcurrido una década desde la Primavera Árabe, pero el equilibrio político del país sigue siendo quebradizo y un enfrentamiento entre religión y Estado puede llevar a la guerra civil.
Así que la Agencia Nacional de Seguridad entra en acción para colocar en el puesto a su propio candidato, impidiendo que el jeque Durani, más afín a los Hermanos Musulmanes, sea el elegido. Y aquí entra el joven Adam que acaba siendo reclutado cuando el principal informador, otro estudiante llamado Zizu, es asesinado en la mezquita.
El agente de control de Adam será el coronel Ibrahim (el versátil actor libanés Fares Fares), un veterano oficial de inteligencia de apariencia desmadejada pero con mucha profesión a cuestas. Pronto se encuentra con que Adam es más inteligente y astuto de lo que parece y posee una notable iniciativa. Pero su vocación es religiosa, no de conspirador de los servicios secretos. Y de esta tensión surge un fondo argumental interesante, en el cual el protagonista simboliza bastante a las claras al Egipto actual. Algo que resume a su manera la periodista Marta Medina: «La ambigüedad del personaje de Adam, aparentemente tan vulnerable y sumiso, de un antihéroe arrastrado por los deseos de los demás, hacen que la película se mueva en un terreno quebradizo y misterioso en el que nunca conocemos bien las intenciones de ninguno de los personajes. «Conspiración en El Cairo» plantea el desvío del camino recto de todos los personajes, que traicionan sus supuestas creencias —la fe en Dios, la fe en el Estado— para conseguir sus propios intereses egoístas, mientras una población vive reprimida y sometida a sus dictados».
La trama logra mantener la tensión; y el desenlace, sencillo y sorprendente a la vez, resulta misericordioso con los protagonistas. En conjunto, y desde el punto de vista del género, no deja de ser una historia clásica de manejo de agentes de influencia y contrainteligencia, como en una especie de partida de ajedrez. Pero el hecho de desarrollarse en un ámbito intensamente teológico, le aporta un trasfondo original, sin llegar a ser una historia comparable a «El nombre de la rosa», más allá de comparaciones superficiales. En todo caso, puestos a hacer paralelismos, tendería hacia un estilo más propio de Costa Gavras.
A pesar de que se trata de una coproducción sueca-francesa-finlandesa-danesa, y de que su director es presentado como sueco, es una película muy egipcia. Y es que su director, Tarik Saleh es sueco desde luego, nacido en Estocolmo hace algo más de cincuenta años. Pero le pasa como al germano-turco Fatih Akın: son gentes de este siglo XXI, que ni ellos mismos se ubican en un mundo cultural concreto y en sus obras juegan con esa ambivalencia, por otra parte muy fructífera y renovadora. Así que Tarik Saleh regresa a ese Egipto que lleva dentro y analiza sus grietas, ambivalencias y contradicciones, como ya hiciera en su día con otro film sobre el control policial y la revolución: «Cairo Confidencial» (2017). El resultado no es un film lujoso, con derroches de fotografía y acción trepidante, algo que no necesita para nada, sino un retablo de tensiones apenas contenidas sobre un fondo de interiores austeros -la austeridad de la academia teológica y de la segurdad del Estado- con retazos ocasionales, muy naturalistas, del mundo del Al Azhara contra la palpitante e inmensa ciudad de El Cairo.
