Kleo

En medio de la canícula veraniega llega «Kleo» (Netflix) una serie alemana de espionaje, bien concebida, divertida y con un puntro refrescante. El relato de inteligencia puede estar construido sobre varias bases: el mero relato criminal; la polìtica-ficción; la polémica política o histórica en curso; la novela histórica. Este es el caso de «Kleo» que reconstruye, con método germánico y buen conocimiento directo de la historia reciente, los momentos finales de la República Democrática Alemana.

En 1987, Kleo es una agente de campo ejecutiva de la Stasi, que se dedica a realizar peligrosas misiones en Berlín Occidental. Sin embargo, tras asesinar a un misterioso personaje en una discoteca de Berlín occidental, Kleo es detenida en la RDA, acusada de traición y encarcelada. Embarazada, pierde a su bebé en las duras condiciones de la prisión. Tras caer el Muro en 1989, Kleo es liberada y a partir de entonces dedicará todos sus esfuerzos a buscar una explicación a lo sucedido y a la venganza, todo ello en los últimos meses de vida de una RDA crepuscular.

La serie incorpora guiños e influencias de lo que se puede denominar «cine sobre la RDA». Así, hay una cierta reivindicación de la dignidad de la extinta República Democrática Alemana siguiendo a «Goodbye Lenin» (Becker, 2003) o el deleite de la reconstrucción de la época que vimos en «Deutschland 83». Pero puesto, todo ello, en el contexto de un siglo XXI avanzado, con una buena carga de ironía y reapartiendo pullas entre wessis y ossis: aquellos, unos arrogantes algo atontados; y esros, liados por sistema con sus fidelidades e historias de traidores.

No todo se queda ahí; el perfil del patoso agente Sven, de la RFA, recuerda un poco al del detective Art Ridzik en «Danko. Calor rojo» (Hill, 1988). Y la figura de la protagonista, Kleo, tiene un parentesco con el de «Nikita, dura de matar» (Besson, 1990); y no falta un punto histriónico que recuerda a la asesina profesional Villanelle de la serie «Killing Eve» (2018).

No espere el lector una serie sesuda y lóbrega, con las consabidas reflexiones sobre las tragredias y contradicciones del mundo de los espías. Se trata de un producto ligero, más del mundo de Modesty Blaise (de la cual Kleo es una nieta, clarísima) que de John Le Carré (menos mal), pero sin llegar a James Bond. Eso sí, parece claro que el producto estaba destinado más al consumo interior alemán que a la exportación: no siempre se entienden las ironìas y serguramente ne el idioma original hay juegos de palabras intraducibles. Aparece también la esposa de Erich Honnecker (Margot), con un papel en el complot (tía Margot, en la serie), lo que debió de tener su efecto en la propia Alemania actual.

En cuanto al McGuffin (la maleta roja que todos buscan), está bien pensado, porque no contiene los tópicos habituales, sino una información que, tal como se explica en la serie, resulta chocante, pero en realidad, no se aleja demasiado de lo que sucedió a escala de toda Europa del Este.

NOTA: esta reseña es válida para la primera temporada. En el arranque de la segunda el agente Sven empieza a hacerse cargante, el joven Tilo sigue pareciendo un estorbo argumental y Kleo, aunque entrañable, como siempre, parece ir perdiendo mucha profesionalidad.