The Arrival, o la clave universal

La narrativa de inteligencia no se agota en los relatos clásicos sobre espías, topos, traiciones terrorismo y alto secreto. De hecho, ajustarse demasiado a la trastienda de los problemas estratégicos o políticos del momento, puede agostar la novela o film sobre lo que el gran público conoce como «espionaje». Por el contrario, una dosis de anticipación puede ser el vehìculo perfecto para presentar al público lector o televidente la esencia de la inteligencia, que no necesariamente se debe identificar con «robar», «sabotear», «agredir» o incluso «destruir».

En 2016 se estrenó un film de ciencia-ficción que era, a la vez, una obra impecable sobre la inteligencia: sus usos, capacidades y objetivos. Se trataba de The Arrival, dirigido por Denis Villeneuve; título que para el público hispanoablante fue traducido como La llegada: sencillo, eficaz y sin traiciones hacia el original.

Argumento: la profesora Louise Banks, experta en lingüística, está devastada por la reciente muerte de su hija adolescente. La película abre las escenas de recuerdos íntimos sobre la niña y la madre, con la conmovedora pieza de Max Richter, On the Nature of Daylight de fondo. Que, por cierto, fue compuesta y estrenada cuando se produjo la invasión de Irak, detalle que no deja de tener una relación muy directa con el argumento del film.

En medio de la vida gris y deprimente que se le abre a la protagonista, se produce un hecho trascendental que la sorprende al inicio de una monótona clase: la llegada a la Tierra de doce naves alienígenas de enorme tamaño que quedan suspendidas en distintos puntos de los cinco continentes. Los servicios de inteligencia toman cartas en el asunto y la profesora Banks, que resulta ser arma académica, ha trabajado para la Agencia de Inteligencia de la Defensa traduciendo lenguas especialmente complejas, y por ello posee acreditación de seguridad, es movilizada de inmediato con la misión de intentar entenderse con los alienígenas, haciendo equipo con el físico Ian Donnelly.

En el emocionante proceso de acercamiento intelectual a los alienígenas, Louise, -la profesora Banks-, utiliza todos sus recursos como científica. Pero también, y sin saber muy bien por qué, empieza a tirar de su experiencia como madre y los proceso de enseñanza y aprendizaje, sencillos pero muy eficaces, que había desarrollado con su propia hija. A partir de ahí, se inicia el intercambio: Louise «enseña» los rudimentos del lenguaje humano a los dos alienígenas y estos, que forman parte de una inteligencia superior, lo utilizan como plataforma para explicar cómo funciona el suyo, a partir de unos complejos signos circulares con estructura de palíndronos y componentes matemáticos complejos. Y ahí está la clave: el lenguaje escrito de los visitantes termina siendo mucho más que un lenguaje: es una síntesis cuántica similar al «Aleph» de Jorge Luis Borges, que se basa en una percepción del tiempo como algo no lineal. Presente, pasado y futuro es algo relativo para ellos. Así que al hacerse con ese lenguaje se produce un profundo cambio en Louise que confirma de forma radical la hipótesis Sapir-Whorf, según la cual el aprendizaje de un idioma determina la visión del mundo.

Esa clave, en la que se concentra la sabiduría de los extraterrestres, que son bautizados por Louise y Ian como los Heptápodos, es tan decisiva que logra eliminar los malentendidos sobre los que se basa la continua tendencia a la confrontación entre los humanos. Por lo tanto, de haber sido cierto el hallazgo hubiera sido el «arma» que los Heptápodos regalan a la Humanidad, pero con un fin extremadamente pacífico.

Claro, un hallazgo de tal categoría habría cambiado profundamente las raíces sociales y culturales de la Humanidad, al basarla en una percepción circular del tiempo, con derivaciones insospechadas. Como Villeneuve no puede resolverlo en los minutos finales de la película, utiliza un par de atajos elegantes: el destino de la hija de Louise (bautizada como Hannah, un palíndromo que se lee indistintamente de derecha a izquierda y viceversa); y la emocionante llamada al general Shang.

Por lo tanto, he aquí una parábola sobre la adquisición de inteligencia como proceso constructivo y colaborativo, como puente y no como frontera. Pero debe añadirse que en la película quienes desarrollan esa forma de entender la inteligencia son los científicos; los militares encarnan, hasta el final del relato, la otra versión. Se dirá que lo que llevan a cabo Louise e Ian es una investigación científica; y eso es cierto, en parte. Pero como en otros muchos casos reales, esa investigación se enmarca en una operación de inteligencia, cuyo objetivo es entenderse con unos perfectos desconocidos para averiguar qué es lo que quieren y por qué están alli con sus enormes naves; algo que, en realidad, es el MacGuffin de la película. Como contraste, el problema de las agencias de información estatales es que son reflejo de un mundo en constante pugna -herencia de la Guerra Fría, en este caso-, presos a su vez de relatos estereotipados que en un momento determinado se imponen al objetivo central de la operación de inteigencia en curso, que es obtener información de los extraterrestres. Pero para ello es necesario bajarse del burro del relato propio, para entender el que poseen los visitantes. Y eso es algo que Louise e Ian son capaces de hacer por sus condición de científicos, pero no el coronel Weber.

NOTA: The Arrival está inspirada en el relato de Ted Chiang, «La historia de tu vida» (1998). Aunque Chiang es un muy buen escritor de relatos fantásticos, en este caso la película vale mucho más la pena. De todas formas, si alguien desea leer ese relato (y otros) de este interesante autor, puede encontrarlos en PDF en Academia.edu, pulsando aquí.