El regreso del viejo esbek

Durante los años del régimen comunista en Polonia, la Służba Bezpieczeństwa era el nombre que recibía la policía política; sus siglas eran SB, y sus agentes eran conocidos como los esbecy; en singular: esbek.

Tadeusz Gadacz era un esbek, un mayor de la policia política comunista, caído en desgracia tras el final del régimen. Un día cualquiera de la década de los noventa del siglo pasado, una sucursal bancaria sufre un atraco que supone la muerte de varias empleadas. Un robo cutre, miserable y sangriento que llega en mal momento para un banco estatal que está a punto de ser prIvatizado previa fusión con otro. Así que se debe mantener a la prensa apartada y resolver el crimen con rapidez, para que los inversores no cambien de opinión. Y entonces, el ministro se acuerda de Tadeusz Gadacz, el viejo y retirado sabueso de la SB que fue, precisamente, quien le interrogó, a comienzos los ochenta, cuando estaba metido en la lucha política, en el bando de la oposición anticomunista y el esbek consiguió sacarle toda la información que quiso y alguna más. De resultas de aquellos traumáticos días, al ministro le queda un tartamudeo crónico. Esta reseña no figuraría aquí si no fuera por ese trasfondo: para capturar a los delincuentes, el esbek Gadacz despliega para los espectadores las malas artes de la inteligencia interior que se estilaba en tiempos de la Polonia de Kania o de Jaruzelski.

Este es el arranque de la pelicula El atraco (Napad), dirigida por Michał  Gazda. Se estrenó en este mismo año de 2024, aunque la reconstrucción de aquella Polonia gélida y legañosa es admirable. Parece haber sido filmada por entonces.

La crítica la saluda como un taquillazo internacional de Netflix, y su mérito es la hábil dirección de Gazda, que mantiene muy bien la tensión del relato, respetando en todo momento el realismo de la trama y la ambientación sórdida. El protagonista recuerda un tanto al German Areta de El crack (José Luis Garci, 1981), interpretado por un Alfredo Landa en estado de gracia; y ese tipo de personajes, derrotados y en busca de la redención final, suelen funcionar bien en la pantalla.

Sin embargo la magia de Napad va más allá. Conecta, por ejemplo, con viejos fantasmas de la filmografía polaca. Porque el principal sospechoso de los asesinatos, el «desperado» Kacper Surmiak, tiene un parecido bastante evidente con el Maciek de Cenizas y diamantes, la obra maestra del cine polaco, dirigida por Andrzej Wajda en 1958. Es un malvado eslavo, de acuerdo; y desde ese punto de vista también es un tipo reconcomido, como Raskólnikov, el prota de Crimen y castigo, la célebre novela de Fiódor Dostoyevski. Pero el parentesco Kacper-Maciek se basa en la desafiante juventud frustrada, una por la transición al comunismo, en 1945; y en el caso de Kacper, por la transición contraria, del comunismo al capitalismo, a comienzos de los 90s, en plena «terapia de choque» económica. Por entonces, la gente andaba sin trabajo, asediada por las deudas y el mal vivir. Y las motivaciones económicas de los crímenes hubieran podido ser asumidas por la mitad de la población polaca, como Tadeusz Gadacz asevera en un momento dado.

Así que el sabueso queda suelto y vuelve a recurrir a sus trucos de perro viejo. Chantajea a una psicóloga que había sido chivata de la SB para obtener informacion sobre Kacper; eso genera la indignación de su joven ayudante, la detective «Bolsillos» Aleksandra, respetuosa con las nuevas reglas de la democracia polaca. El hábil Gadacz recurre también al «Sueco» y su red de mafiosos, que ya en los años del comunismo estaban tolerados por las autoridades y una década más tarde siguen campando a sus anchas bajo el capitalismo. Monta un sistema de escuchas, ilegal o muy mal visto en la Polonia del presidente Wałęsa, pero que era el pan nuestro de cada día en los 80s rojos, como nos ilustra el célebre film La vida de los otros (von Donnersmarck, 2006), inspirado a su vez en otro escuchador consumado: el protagonista de Profesionalać (Kovačević, 2004). Y una vez más, la aterida Aleksandra, después de pasar horas de escucha en una fría furgoneta camuflada, recrimina a Tadeusz Gadacz: «No sé cómo pudiste hacer esto durante tantos años»

Pero la investigación avanza, y el espectador va descubriendo lo que sucedió aquel infausto día del atraco y los asesinatos. Y la película incluye escenas muy duras en clave de neorrealismo criminal, dignas de A sangre fría, de Truman Capote.

En conjunto: sobre la película sobrevuela cierto desengaño vital y generacional en capas acumuladas. Napad se estrena en una Polonia desilusionada del régimen actual, para lo cual disecciona la decepción que se vivía en la década de los noventa con la transición del comunismo al liberalismo. Pero no se trata de un film nostálgico del comunismo y no reivindica nada de él. Al final, no han sido los métodos del viejo esbek y su época los que han funcionado, sino, según propia confesión, lo que siempre se le ha dado bien: escrutar a través de las máscaras de los demás, de unos desgraciados tan mentirosos como él mismo. Pura náusea existencial.