Entrevista publicada en la revista electrónica AlicanteMag, realizada por María Gilabert. Publicada el 30 de noviembre de 2020
Entrevista, por María Gilabert
Francisco Veiga vuelve al mundo del espionaje con su nueva novela «Las reglas de la cabra» (E. Mankell, 2020), un libro que supone la continuidad de su anterior obra «Ciudad para ser herida», aunque ambas pueden leerse de forma independiente.
Con el fin de conocer algunos de los entresijos de su segunda novela, donde además del espionaje están presentes la política y el amor, espoleados por las pasiones, el autor -Doctor en Historia, analista político y catedrático de Historia contemporánea en la UAB, especialista en Europa sudoriental y Turquía- nos concedió esta entrevista
¿Entonces, Las reglas de la cabra es una novela sobre el mundo del espionaje?
Si, en efecto. Una de las dos profesiones más antiguas de la Humanidad, como suele decirse.
Eso la sitúa dentro del ámbito de la novela negra o de intriga?
Hasta cierto punto. El género de espionaje puede incluir elementos de la novela sicólogica y, desde luego, de la política. Pero sobre todo, las novelas de espías en realidad son una variante de la novela de intriga en la cual la información es el quid de la cuestión. Se trata de obtenerla como sea, no de impartir justicia ni meter a los malos entre rejas.
Eso supone el riesgo de escribir novelas cerebrales o incluso“frías”
Por supuesto. En una novela pueden coexistir varias tramas y eso sin que haya cadáveres ni grandes desgarros sentimentales de por medio. Las novelas de espías pueden llegar a ser como pequeños laberintos en los que el lector disfruta perdiéndose voluntariamente para encontrar la salida al final.
Eso puede ser todo un desafío para el novelista
Lo es. Hasta el punto de que muchas veces la novela de espías termina convertida en una variante de la novela policiaca cuando la acción se centra en descubrir al traidor o al topo, el agente enemigo infiltrado en todas las propias filas. En esos casos volvemos al argumento de polis y ladrones: buscar al malo, meterlo entre rejas. Es una salida bastante habitual en el género, por cierto. Una buena parte de las sacralizadas novelas de John Le Carré se basan en ese sencillo argumento policial. A mí me gustan más las novelas de espías de Graham Greene, que yo creo fue maestro de Le Carré en algún momento: Nuestro hombre en La Habana, El amigo americano o El factor humano son libros con gran calidad literaria, no sólo lectura comercial de entretenimiento.
Volviendo a la pregunta, el desafío existe pero es factible salir bien parado. Estos días está teniendo un gran éxito la serie Gambito de dama (Netflix) centrada en el mundo del ajedrez, que a priori es un ámbito abstruso, abstracto y hasta obsesivo. Pero el guion es excelente y logra atrapar al espectador. Cualquier temática puede ser susceptible de convertirse en obra maestra si está bien relatada. En El don, Mai Jia logró narrar la vida de un criptógrafo de los servicios secretos chinos: la novela fue un éxito en todo el mundo. Y pocas cosas hay a priori más complejas y aburridas que la criptografía.
En Ciudad para ser herida mantenías esa premisa. ¿Sigue siendo así en Las reglas de la cabra?
Bueno, hay más acción y un argumento más lineal, pero sí, por supuesto. En esta nueva novela la acción arranca de un extraño atentado acaecido en Bruselas, un ataque a tiros contra vehículo que resulta ser un vehículo policial camuflado utilizado previamente por Carles Puigdemont, lo cual hace sospechar a las autoridades belgas que el ataque tenía por objetivo al conocido político catalán.
En las primeras horas, la célula de crisis de los servicios de inteligencia españoles descarta esa hipótesis. A pesar de todo, hasta que no se aclare mejor la autoría del atentado y su intencionalidad, este puede seguir siendo una espada de Damocles sobre el gobierno de Madrid. Así que la investigación continuará y con ella irán surgiendo inquietantes personajes que llevarán al lector a los postreros años de la Guerra Fría, le describirán las modernas técnicas del espionaje empresarial o le trasladarán desde las llanuras belgas a los recónditos paisajes de Kazajistán.
Entonces la novela tiene un componente político?¿Podríamos decir que es una novela anti-indepe?
Bueno, todas las novelas de espías tienen un componente de crítica política. A veces incluso de fondo antisistema. En este caso no se cuestiona el independentismo como ideología, pero si hay una reflexión sobre el mito de Ícaro, podríamos decir. Hay juegos muy peligrosos y expuestos que pueden estallarle entre las manos al más pintado. Pero no es una crítica al independentismo como opción política, sino a gestos oportunistas o ambiciones un tanto desmesuradas –hoy se les llama populistas- de aprendices de brujo que pueden convertirse en conjuros peligrosos en los cuales terminan pagando justos por pecadores.
En un partido de buzkahsi la cabra nunca puede imponer las reglas
En efecto. Entre otras razones porque el buzkashi no tiene reglas y la cabra viene a ser el balón
¿Hay sorpresa final?
Si, varias de hecho. También a lo largo del relato. Y no todas relacionadas con la trama operativa. La trayectoria sentimental de los personajes también depara sorpresas.
¿Hay amor, entonces?
Y del desesperado. De ese que nos empuja a jugárnosla a cara o cruz. En la intensidad de una historia de espías es normal que surjan pasiones profundas. Pero no sólo juega su papel el amor entre las personas, sino también a las ideas o a uno mismo. La lealtad, el idealismo, la decepción, la vanidad, el orgullo, el odio. Son formas de amor y desamor que, precisamente explican por qué la gente se involucra en aventuras peligrosas en las que a veces no hay vuelta atrás. Bueno, también la soledad y la desesperanza. Pero eso ya será materia para la novela que completará la trilogía.