Very well, alone

Empieza ser difícil atribuirlo a la mera casualidad: existe ya un cine patriótico británico que se ha desarrollado en los últimos años. El fenómeno no es nuevo, desde luego, forma parte de una cierta obsesión británica con la Segunda Guerra Mundial. Pero parece poco discutible que últimamente el fenómeno se ha agudizado como reacción a la prueba nacional e histórica que ya está suponiendo el Brexit. Y se caracteriza, indefectiblemente, por el mismo guión: un regreso a los duros años de la Segunda Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña aguantaba sola frente a la Europa invadida por la Alemania nazi. «Very well, alone» -proclamaba desafiante un Tommy o soldado británico desde la Isla en un panfleto propagandístico de la época dibujado por el historietista neozelandes David Low.

El retorno a 1940-1945 en el universo Brexit del siglo XXI exige la recuperación y degustación casi morbosa de todo el ambiente de la época: los trajes y vestidos de recio tweed, las pastas de té, la sociedad movilizada -hombres y mujeres- en el áspero uniforme de loneta, el ambiente general de epopeya en la decadencia irreversible que se avecina, sea cual sea el resultado de la guerra. Por mencionar los ejemplos más emblemáticos de los últimos tres años, primero fue el film Churchill (2017) de Jonathan Teplitzky. ya saben: «Sangre, sudor y lágrimas», pero además, los americanos. Después vino Dunkerque (2017) de Christopher Nolan : hay que sacar a los muchachos de Francia. A continuación, The Guernsey Literary and Potato Peel Society (2018), de Mike Newell: la vida en el único rincón de Gran Bretaña ocupado por los alemanes, pero siempre nos quedará el pastel de piel de patata.

Ahora, rizando el rizo, nos llega , vía Netflix: Los nuevos agentes secretos de Churchill. Que no es un film ni una serie, sino un reality show de recreación histórica apto para casi todas las edades y condiciones. Ciudadanos de la actual Gran Bretaña se presentaron en 2017 a un casting para pasar seis semanas en una apartada casa de campo en las Tierras Altas de Escocia y ser entrenados en condiciones de máximo realismo como si fueran agentes reales del SOE (Secret Opearions Executive), la organización creada durante la Segunda Guerra Mundial por Winston Churchill para llevar a cabo misiones de espionaje, reconocimiento y sabotaje en la Europa ocupada.

La recreación pretende ser completa, casi obsesiva. Los participantes llegan a la mansión en un tren de época, vestidos ya como hace ochenta años. Lanas escocesas, hombreras (Dios, esas hombreras), pipas y sombreros, trajes de mezclilla, maquillaje intenso, peinados de época. Y una vez en la casona, inmersión total en la época: nada de noticias de actualidad, ni televisiones, ni móviles. Sólo prensa de 1940, noticias radiofónicas y programas de 1940. Cero contacto con el mundo exterior de 2017. Todos los participantes se toman la experiencia muy en serio, incluso con solemnidad.

Los voluntarios que se han prestado para la experiencia son personas normales y corrientes, como entonces, cuando el SOE reclutaba a gente desechada por las fuerzas armadas regulares, como extranjeros, personas mayores, lisiados y homosexuales, porque consideraba que para ciertas misiones despertarían menos sospechas en filas enemigas. Todos esos voluntarios eran transformados por el SOE en espías, asesinos silenciosos o consumados saboteadores. En la convocatoria de 2017 entre los catorce aspirantes se contaban: una intérprete, un banquero retirado, un promotor inmobiliario, una antigua agente de la policía, un animador, un matemático, un asistente de abogado, una médica, una investigadora científica, una profesora de teatro, y un veterano de la guerra de Afganistán. 

Entrenados con los manuales de la época, bajo el cuidado y la dirección de una instructora, un psicólogo militar y un teniente del Ejército, los reclutas aprendieron habilidades tan variadas como utilización de armas de época, transformación de personalidad, ocultación y camuflaje, defensa personal, manejo de explosivos, escalada, supervivencia, transmisión y codificación y todos aquellos recursos utilizados por cada uno de los 10.000 agentes que formó el SOE durante la Segunda Guerra Mundial. El desenlace quizá puede resumirse en la resolutiva frase de una señora de cierta edad y mirada acerada: «Creo que me estoy dando cuenta de que soy esta persona que si tiene que hacerse algo, se hace»