Muchos lectores de la ya célebre novela de Mai Jia (seudónimo del escritor chino Jiang Benhu, n. 1964) seguramente mostrarían reticencias para incluir la obra dentro del género de espionaje; y en parte llevarían razón porque El don es una novela en la cual lo literario prima sobre la trama propia del género, al menos en sus versiones más comerciales. Y sin embargo, hace algo más de un par de años, The Telegraph la clasificó como una de las veinte mejores novelas de espías de todos los tiempos. De otro lado, el título original de la obra es Descrifrar (en chino, original: 解密 ) y en inglés fue publicada como Descrifrado.
Y es que en realidad la novela se centra en el duro trabajo de la decodificación, definido en la misma novela no como ocupación «sino una conspiración, o más bien una trampa dentro de una conspiración» (…) «una labor secreta y desoladora» (…) «un trabajo que, además de de formación, experiencia y talento, requiere una suerte procedente de más allá de las estrellas».
La esencia de la decodificación son las matemáticas, por lo que a priori uno esperaría encontrarse con una obra abstrusa y arisca, plagada de fórmulas y explicaciones inasequibles. Y sin embargo, Mai Jia logra lo que parece imposible: escribir una larga novela, entretenida, sobre un asunto en apariencia aburrido, cuyo protagonista es, además, un matemático autista. Y por si faltara algo, la acción transcurre con el telón de fondo de la historia contemporánea de China, un contexto no precisamente muy conocido por el público occidental de cultura media. ¿Cómo consigue resolver el autor ese triple reto?
Para responder adecuadamente debe recordarse que El don fue en su día un superventas en China, a partir de su publicación en 2002. Su éxito fue tal que la novela se adaptó a una serie televisiva en 2016 y de allí pasó a los Estados Unidos. Es decir: la obra fue escrita pensando en un público chino , incluyendo entre sus páginas unos códigos (literarios) que conectaron a la perfección con el Zeitgeist de la enorme potencia asiática a comienzos del siglo XXI.
Por entonces, la República Popular China subía decididamente los escalones de podium destinado a las nuevas superpotencias mundiales, con su flamante y exitoso sistema comunista-capitalista y unas capacidades tecnológicas que fueron admiradas por el gran público de la globalización durante las ceremonias de los Juego Olímpicos de Pekín, en 2008. En la presentación de la novela se afirma reiteradamente que Mai Jia tardó diez años en escribir El don; pero cabe dudar de esa afirmación. Seguramente esperó una década a que la ocasión fuera políticamente propicia. En 1991 ó 1992, recién terminada la Guerra Fría, cuando los destinos de la China comunista no parecían nada claros (la represión de las protestas de la Plaza Tiananmen, en 1989, eran muy recientes) la publicación de esa novela quizá hubiera sido contraproducente.
En 2002 las cosas habían cambiando lo suficiente como para que la novela fuera un pilar más de la reconciliación nacional en la transición. Porque El don es una novela basada en modelos tradicionales de la Literatura china que incorpora además valores confucianos evidentes para el lector de ese país.
En primer lugar, la importancia de la familia. El autor inicia su relato con la historia de los Rong, una familia de comerciantes de sal en el seno de la cual aparece una dinastía de matemáticos excepcionales, que fundarán una Academia de la cual surgirá una Universidad completa, con su propia y excelente Facultad de Matemáticas. Con el paso de los años, el hijo bastardo que tendrá con una prostituta uno de uno de los descendientes más taranbanas de la saga, se convertirá en el personaje central de la novela: Rong Jinzhen. En esas primeras páginas, Mai Jia ya muestra una notable habilidad para el relato de las sagas y el tratamiento eficaz de los «tiempos largos». Pero además, introduce desde el principio la importancia de los sueños, un asunto destacado en la Literatura clásica china y el budismo, que también será el centro de lo que se denomina «El Quijote chino», esto es, la novela Sueño en el pabellón rojo, de Cao Xueqin (mediados del siglo XVIII), considerada la obra maestra de la Literatura china.
En cuanto a la importancia del espionaje en la cultura tradicional china, cabe recordar la trascendencia que se le concede en el archiconocido Arte de la guerra de Sun Tzu (posiblemente del siglo VI a. de JC) en su capítulo XIII, «Sobre el uso de espías». O esa creación magistral del cifrado secreto que utilizaron las mujeres durante siglos en la provincia de Hunan y que se denomina Nü shu, el cual no fue desvelado públicamente hasta 1983 y que la escritora chino-americana Lisa See convirtió en el protagonista de su novela, El abanico de seda (2005).
Por su parte, Mai Jia rinde tributo al trabajo de inteligencia en medio de su novela y de la siguiente forma:
«Todos los países y todos los ejércitos tienen sus secreto: organizaciones secretas, armas secretas, agentes secretos… y así hasta el infinito. ¿Cómo podría sobrevivir un país sin secretos? Quizás no sea posible ¿Cómo sobreviviría un iceberg si no tuviera una masa enorme oculta bajo la superficie del mar?»
Y una cuestión central: el patriotismo. No la revolución, sino el patriotismo. El cuerpo central de la novela de Mai Jia discurre durante los primeros años de la República Popular de China, incluyendo la polémica Revolución Cultural. Pero la obra no es maoísta. Las motivaciones de la familia Rong para involucrarse a favor del régimen son patrióticas, no revolucionarias; creando de paso una continuidad con los sentimientos de la familia Rong en tiempos del Imperio y de la República. Así, de la misma forma que la idea eurasianista sirve para explicar que la Unión Soviética no fue sino un paréntesis en los destinos de la eterna madre Rusia, la fidelidad al milenario Estado chino integra las contradicciones de la transición suave que se vive en ese país. Ese planteamiento queda resumido en la respuesta que da la esposa de Rong Jinzhen a la pregunta de hasta qué punto quería a su marido: «Lo amo como amo a mi patria».
Todo ello explica el éxito multitudinario de la primera novela de Mai Jia y las que se han sucedido después. Pero eso sucedió en China. Para entender el fenómeno de su alcance internacional cabe considerar la importancia del exotismo, por supuesto. Pero también el hecho de que la obra esté bien escrita a partir de una estructura poco habitual, en parte como reportaje, insertando el autor largos trozos de entrevistas a personajes clave. Ello consigue que el relato no se vuelva demasiado monótono.
Por supuesto, Mai Jia es lo suficientemente hábil como para que el lector no se agobie ante los problemas reales que plantea la criptografía basada en complejos cálculos matemáticos. Y eso lo logra trenzando la acción a partir de una biografía, la del protagonista Rong Jinzhen; aunque eso no resulta fácil porque es un genio autista y su vida no es precisamente la de un James Bond. Pero, y esto es importante, la novela es un relato centrado en el trabajo de inteligencia real, no es un thriller policial disfrazado de género de espionaje., No hay topos que descubrir, ni asesinatos que resolver: de lo que se trata es de romper el código PÚRPURA de los americanos, y afrontar lo que ello provoca a continuación, que es el verdadero desenlace de la novela.