Una historia de pijos

Qué bien escribe John Banville, joder. Esas imágenes y símiles literarios, las descripciones y reflexiones (“Recuerdos curiosamente difuminados, como los rasgos de una estatua deteriorada por la intemperie”… “sombras del color del agua sucia en las calles silenciosas”); y sobre todo, esos retratos tajantes y precisos, propios de la Literatura evolucionada, de un estilo trabajado: “Mostraba sincera curiosidad por la gente, señal inequívoca del novelista de segunda fila” (…) “Alto, delgado, sardónico, se fumaba un cigarrillo de pie, con la espalda apoyada en la pared, algo encorvado, como el villano de un cuento con moraleja” (…) “Querell era un incorregible heterosexual, cuya fascinación por las mujeres alcanzaba casi el nivel de lo ginecológico. De hecho, me parecía que siempre olía levemente a coño” (…)

Banville demuestra conocer el medio social que describe en El intocable. Escribe una historia de espías ingleses relatada por un irlandés escéptico: “¿Qué me importaban sus teorías sobre la relación entre el espionaje y el falso concepto de caballerosidad inglesa?” Victor Maskell, un irlandés escéptico y, además, marica: “El espía irlandés marica; suena como el título de una de esas tonadas que los católicos solían tocar con sus acordeones en sus pubs cuando yo era pequeño”. Un tipo que tiene entrada en el Palacio de Buckingham porque es el trasunto de Anthony Blunt, el informante más secreto y desconocido de los “Cinco de Cambridge”, el selecto grupo de espías británicos que desde la altura de su posición social pasaron años enviando informes a los soviéticos. El periodista argentino Pedro B. Rey escribe en La Nación:

“En El intocable, Victor Maskell es una versión casi calcada de Blunt, aunque Banville se permite humanizarlo trocándole algunos cuantos detalles secundarios (el más importante, además de casarlo y darle un par de hijos, es hacerlo nacer en el Ulster irlandés en vez de la muy inglesa Bournemouth). Puede ser que Kim Philby, el doble agente que a punto estuvo de terminar a cargo del MI6 y cumplir así el sueño del topo perfecto, sea el más novelesco de aquel círculo de espías, pero Blunt resulta todavía hoy el más difícil de descifrar. Porque ¿qué pudo haber llevado a un miembro dilecto del establishment británico a una traición a tamaña escala sin habérsele nunca ocurrido renegar de su status?”

El resultado es una novela genial novela sobre espías, un clásico publicado por primera vez en 1997. Una obra en la que no hay finales inesperados: se conoce desde el principio que Victor Maskell / Anthony Blunt fue descubierto, aunque no tuvo que escapar, dada su condición de sir de la Corona Real tras haber sido nombrado conservador de la Pinacoteca de la Reina. En la tercera temporada de la serie “The Crown”, se aborda el caso Blunt y el por qué de que éste obtenga la inmunidad tras confesar su traición.

Pero la gran aportación de Banville es ese audaz relato en primera persona que utiliza para desvelarnos el por qué de la inmensa traición de los “Cinco de Cambridge”, el trasfondo de aquella jugada que dejó anonadado al país y señaló su irreversible decadencia como potencia durante la Guerra Fría.

La clave es tan sencilla como cotidiana: en los años treinta, cuando fueron reclutados, eran un círculo de pijos snobs, un grupito cerrado y gamberro unido para siempre en sus autorreferencias y bromas. Chicos de la élite, desdeñosos hacia todo y todos -incluyéndose ellos mismos- que ni siquiera se llegaron a tomar en serio a quienes servían. “No nos tomábamos la molestia de leer” -comenta Victor en un momento dado, estableciendo una línea muy clara entre aquellos activistas británicos convencidos, alguno de los cuales cayó combatiendo en la defensa de Madrid y aquel grupito de conspiradores de salón, “los Apóstoles, ese absurdo club de muchachos en el cual solo ingresaba lo más florido de la mejor juventud de Cambridge” y que ya eran agentes secretos “antes de haber oído hablar de la Comintern o de que algún reclutador soviético nos susurrara lisonjas al oído”. Jovenzuelos esnobs que pasaban el rato entre juerga y juerga manteniendo “conversaciones intrascendentes sobre grandes temas, la característica principal de nuestra época”.

A partir de ahí, Banville saca punta  de manera muy aguda a las peculiares relaciones entre esos señoritos y sus controladores soviéticos. Funcionarios más bien torpes y sin clase que, en general, terminan  siendo retratados como lamentables peones sobrepasados por las circunstancias, con la espada de Damocles de Moscú sobre sus cabezas y sin entender nada de la sociedad británica. Agentes profesionales que se juegan el pellejo  pidiendo informaciones absurdas, fuera de lugar a unos pijos que no saben hacerse adultos -como suele ser lo habitual- y hacen lo que sea para mantener sus “old boys networks” y sobre todo, como admite Victor, la necesidad de divertirse, el miedo a aburrirse. ”¿Fue, en realidad, mucho más que eso, a pesar de tantas grandiosas teorizaciones?”