En la imagen: Jaime de Argila en El Cairo con su esposa Leonor (Jaume Marzal)
Texto: FRANCISCO VEIGA y JUDITH ARGILA
Ilustración: JAUME MARZAL
Jaime de Argila nace en 1872, en los inicios de la Tercera Guerra Carlista. Los Argila son una familia catalana originaria de Sant Antoni de Vilamajor, en el Valles Oriental, a pie del Montseny. La casa pairal, la masía Can Mora, aún se conserva, en las afueras de la localidad. Gente de fuertes convicciones católicas y conservadoras, en su árbol genealógico se encuentran sacerdotes, monjas, misioneros e incluso emparentaban con Santa Joaquina de Vedruna, fundadora de la Congregación de las Carmelitas de la Caridad. También devino célebre un oficial carlista, el coronel Luís de Argila, que formó parte del entorno del legendario caudillo catalán Francisco Savalls. Como oficial del cuerpo de Ingenieros, Luís organizó las trincheras y parapetos en el cerco del Bilbao y la batalla del Somorrostro (la por entonces conocida como «línea carlista») además de volar por los aires algunas defensas de las tropas liberales en los frentes del Norte.
Al terminar la contienda, Jaime con sus hermanos y familia se asentarán en Béziers, al sur de Occitania. En ese ambiente, Jaime y su hermano Joseph toman caminos más cosmopolitas y mundanos que los del resto de la familia Argila, gracias a sus amistades y contactos en Francia: el primero emigra a Egipto, donde en la localidad de Menia, funda una azucarera que con el tiempo se convertirá en una potente empresa. Ese era un negocio que por entonces estaba muy al alza en Egipto, se basaba en los cultivos que mantenían algunos campesinos al borde del Nilo y empleaba a mano de obra a tiempo parcial.
Mientras tanto, Jaime, a quien se le dan bien las letras y es un hombre mundano y simpático comienza trabajar, con veinte años, para el diario L’Éclair de Montpellier, fundado en 1881. Puede que durara poco en el rotativo o quizás trabajó como corresponsal en Cuba, porque lo cierto es que entre 1891 y 1898 residió en la isla. La memoria familiar no guarda una explicación precisa para este viaje; al parecer, se enroló en el Ejército -o le tocaba hacerlo por quinta- y para allá fue. Tuvo una pareja cubana pero en 1898, al concluir la guerra, regresó a España. Sin embargo, esa explicación no encaja con el dato de que comenzó a trabajar para el diario L’Éclair en 1892, estando ya en Cuba.
Una hipótesis pudiera ser que para entonces el joven Jaime de Argila comenzara a colaborar con el servicio de inteligencia francés, el Deuxième Bureau (fundado en 1871) que, lógicamente estaba interesado en la deriva de la guerra de independencia cubana y la intervención estadounidense, puesto que Francia mantenía intereses coloniales en el Caribe: las Antillas y la Guayana francesas, aparte de la reciente «aventura mexicana» que había impulsado Napoleón III entre 1862 y 1867 para influir también en la guerra civil estadounidense. Desde luego, como corresponsal de un pequeño periódico francés, incluso sirviendo en filas, Jaime Argila habría tenido una buena cobertura operativa; pero esta posibilidad es meramente hipotética. Quizás incluso muy aventurada.
Una vez terminada la guerra, Jaime regresa a España, para encontrarse con que su madre había fallecido -su padre nunca quiso volver de Francia. Sintiéndose desarraigado, parte para El Cairo, invitado por su hermano Joseph, cuyo negocio allí había cobrado mucho auge, como el resto de las azucareras gestionadas por europeos. Pero si llegó a hacerlo, Jaime trabajó poco tiempo en la empresa. Siempre integrado en la próspera colonia francesa de El Cairo, impuso su vocación cosmopolita e intelectual, simpatizó con los primeros brotes de nacionalismo árabe y, sobre todo, se convirtió en preceptor y colaborador del jedive (o gobernador hereditario) de Egipto, que por entonces era Abbas II Hilmi.
Este gobernador había devenido una china en la bota del ocupante británico, que desde 1882 administraba Egipto como si fuera una colonia. El jedive se había formado en Viena, estaba casado en segundas nupcias con una húngara y se rodeaba de un entorno de consejeros europeos antibritánicos. Por otra parte, apoyaba al carismático líder nacionalista Mustafá Kamil, quien en 1907 fundó el Partido Nacionalista.
Los británicos, por su parte, jugaban al divide et impera que tan buenos resultados les había dado en su política imperial. Apoyaban a los nacionalistas moderados, acorralaban políticamente al jedive poniéndolo ante sus contradicciones. Y sobre todo, hacían que las clases altas egipcias ganaran mucho dinero. Porque el juego, más que político, era económico.
Los ingleses se habían hecho con el control de Egipto en 1882 para cobrarse la enorme deuda que había dejado el jedive Ismail Pachá, el cual se había embarcado en una ambiciosa política de modernización del país en base a la exportación de algodón. Pues bien, en torno a la deuda, los gestores británicos y franceses hicieron verdaderas fortunas, comenzando por el gobernador Evelyn Baring, Lord Cromer. Por su parte, la masa de capitales franceses exportados a Egipto alcanzó cotas inigualadas, según el historiador Samir Saul. También los Argila medraron en ese ambiente, por méritos propios. Joseph, el hermano de Jaime, cuya azucarera había dado buenos beneficios, se asoció con A.-E. Gallois, un abogado de la Corte de Apelación de Alejandría, para fundar el Crédit Égyptien, un banco de crédito agrícola. Era un instrumento financiero que servía directamente a los egipcios y que hasta entonces no había existido en el país, siempre según Samir Saul. Además, tenía algo de banca islámica al introducir el interés en especie, que no prohíbe la Sharia.
Jaime se movía como pez en el agua en ese ambiente exótico y a la vez modernizador. Su interés por la política y la estrategia y su cercanía al jedive lo convertían en un agente muy apreciado en el Deuxième Bureau. La enorme capital egipcia era un hervidero de intrigas, y Paris seguía muy de cerca la evolución política de aquel país al cual habían ido a parar, en fructíferas inversiones, millones de francos de los ahorradores franceses.
Y lo cierto era que Egipto se convirtió en una olla a presión tras el denominado incidente de Dinshawai, en 1906, cuando un inesperado y hasta absurdo episodio de violencia entre oficiales británicos y campesinos egipcios desembocó en una cruel represión. La indignación de las clases medias del país impulsó el auge sin precedentes del nacionalismo egipcio. Y en paralelo, del nerviosismo británico, que de hecho ya ejercía el control de la administración del país, había desmontado el Ejército egipcio o controlado sus unidades con oficiales británicos, dando lugar a un verdadero «protectorado velado», que servía a los grandes intereses estratégicos del Imperio, y muy en especial al control del Canal de Suez.
Y en 1910 tiene lugar el Congreso nacional egipcio en Bruselas y allí se reivindica, precisamente, la necesidad de que Egipto tenga un banco nacional propio, para coordinar la vida económica a del país y para hacerla menos dependiente de las finanzas extranjeras.
Ese mismo año, el 30 de noviembre, Jaime es expulsado del país por las autoridades británicas, pretextando un artículo de opinión publicado en un recién nacido diario en lengua francesa: La Dépéche Egyptienne. Es difícil saber a ciencia cierta qué ocasionó ese incidente. Los ingleses se estaban tensando mucho con el crecimiento del nacionalismo árabe, y la comunidad francesa tenía un gran peso social y económico en Egipto; de hecho, en ocasiones este tipo de incidentes poseían un trasfondo de competencia entre empresas y empresarios, más que otra cosa. Pero, en tal caso, su hermano Joseph se hubiera visto afectado, y no fue así. También pudiera ser que los británicos hubieran descubierto que Jaime colaboraba con los servicios de inteligencia galos. Si eso fue así, debía de tener un peso notable en las amplias redes de información que se sustentaban en la poderosa colonia francesa. Y por último, es también posible que Jaime hubiera perdido el favor del jedive, como sugiere un informe del Consulado italiano en Barcelona, de 1929. Algo no tan extraño teniendo en cuenta que, con el tiempo, Jaime parecía haberse acercado a las corrientes más populares del nacionalismo árabe, y que el jedive se había acercado temporalmente a los ingleses a través del nuevo gobernador, Sir John Eldon Gorst
Sea como fuera, Jaime de Argila reunió a su familia y puso rumbo a Barcelona. Se había casado en 1901 con una ciudadana italiana, una mujer elegante y encantadora llamada Leonor Pazzaglia, y habían tenido tres hijos: Carlota, Marcelo y Andrés, los cuales ahora iban rumbo a un país que no conocían. Atrás quedaba la casa familiar, tan cercana al Palacio de Abdin, las fiestas en el Hotel Shepheard, los cafés en la Plaza Ezbekiyya, el sol en la Bahía de Stanley y toda la joie de vivre de la comunidad europea, además del compromiso de Jaime con el nacionalismo árabe que había echado raíces en la propia familia Argila. De camino a Alejandría, desde el tren, pudieron ver algunas manifestaciones de apoyo de jóvenes nacionalistas que no caerían en saco roto, porque Jaime iba a volver pocos años más tarde.

Un James Bond de 1900, pajarita incluida: Marcelo de Argila con su esposa Leonor y su hijo Andrés en El Cairo (Foto: Fondo familia Argila)