En la imagen: el panislamista emir Shakib Arslan, 1869-1946 (Jaume Marzal)
Texto: FRANCISCO VEIGA y JUDITH ARGILA
Ilustración: Jaume Marzal
El corto pero denso informe del detective Antonio de Nait para el Consulado de Italia en Barcelona explica que Jaime de Argila desaparece de la ciudad después de la Gran Guerra, regresando en ese mismo año en que escribe, en la primavera de 1928, «orgulloso y flamante». Sin embargo, actúa con discreción, «evitando el contacto con sus amigos de la prensa». El detective no puede decir de dónde procede. Seguramente de Francia, porque en noviembre del año anterior había pasado unos días en el Hotel París de Figueres, el mejor de la localidad, hoy convertido en el Museo del Juguete de Cataluña. Además, cuando está en la capital francesa reside en el Hôtel Rochambeau. 4, rue de la Béotie. Su familia, Carlota y los niños, residen en Barcelona, en un edificio singular, el único por entonces de la calle Varsovia, en el Guinardó, y que hoy espera la piqueta del derribo.

Ilustración: primera residencia de Jaime de Argila y familia en Barcelona: calle Varsovia nr. 1, El Guinardó
Por entonces, en abril de 1928, siempre según Antonio de Nait en su informe, Jaime, que estaba de paso por Madrid, se aprestaba a viajar a Italia para hacer un estudio sobre el régimen fascista, aunque no termina de quedar claro si era para el diario L’Intransigeant, en el cual trabajaba, o para la Sociedad de Naciones, en Ginebra. En cualquier caso, escribía el detective, «los sentimientos del mencionado Argila son netamente hostiles al fascismo» -dato que le interesaba especialmente al Consulado de Italia.
El informe especifica que entre 1918 ó 1919, como mínimo, Jaime de Argila desaparece y vuelve a resurgir a finales de 1927 o comienzos de 1928. Esos años coinciden, grosso modo con los de las dos grandes rebeliones en el mundo árabe/magrebí de la época: al alzamiento de Abd-el-Krim y su República del Rif (1921-1926); y la Gran Revuelta Siria (1925-1927).
Cuesta imaginar que Jaime de Argila estuviera presente en tales acontecimientos presencialmente. En cambio, si que lo estuvo a través de los contactos que tejió en esos años por el mundo árabe, y muy en especial por su proximidad con el emir Shakib Arslan (1869-1946), uno de los padres del panarabismo y el panislamismo durante los años de entreguerras.
Marcado por las problemáticas y vicisitudes del Oriente Medio del Tratado de Sykes-Picot y del reparto postcolonial en protectorados de los franceses o británicos, el libanés Shakib Arslan dejó su tierra natal y se expatrió a Ginebra en calidad de representante del oficioso Comité Sirio-Palestino, fundado en el El Cairo en 1921, ante la Sociedad de Naciones. Fue un intelectual prolífico, autor de veinte libros y unos dos mil artículos; la gran mayoría fueron obras de política e historia sobre el mundo árabe, pero también escribió poesía. Con todo, Shakib Arslan fue una de las figuras de mayor influencia en el movimiento nacionalista panárabe y la identidad política musulmana, y a través un caudal imparable de artículos en la prensa árabe y su propia revista, La Nation Arabe (1930-1938) inspiró algunas de las campañas anti imperialistas contra británicos y franceses.

Ilustración: postal enviada por Jaime de Argila con la ubicación de su residencia habitual en Ginebra, la Pensión Minerva. Foto: Colección Familia Argila
Jaime de Argila conectó a la perfección con este hombre en Ginebra, donde trabajó como corresponsal de la prensa francesa pero también, muy posiblemente, como agente confidencial para el gobierno de París. Juega a su favor la predilección de Shakib Arlsan por el mundo hispánico a través de dos vías. Por un lado, debido a la vinculación familiar del emir con Latinoamérica y más especialmente Venezuela, donde habían emigrado numerosos libaneses. De otro, por la atracción hacia el mito romántico de Al-Andalus musulmán del cual se convierte en destacado historiador. Para ello realiza dos viajes; el de 1930, muy centrado en Alicante, que recorre y descubre con detalle; y el de 1939, una vez concluida la guerra civil. La Oficina Mixta de Información, organismo de inteligencia hispano-francés radicado en Tánger, seguirá muy de cerca su viaje al Protectorado en agosto de 1930. El aplastamiento de la República del Rif y la posterior pacificación son muy recientes, y Madrid recela de cualquier intromisión desestabilizadora, sobre todo porque el país en su conjunto está atravesando momentos delicados con el final de la dictadura. Además, Shakib Arslan se suma a la protesta contra el Dahir Bereber en zona francesa. Pero la actitud del activista es amistosa hacia España porque esperaba obtener su colaboración contra los franceses.
Shakib Arslan es una amistad clave de Jaime de Argila: por su enorme capacidad de influencia, por su agenda de contactos y porque se mueve entre los grandes poderes coloniales de la época, muy en especial entre Francia y España. El catalán se presenta como amigo de la causa nacionalista e islamista de los árabes, lo que explica la cautela con la que se mueve por España, país que entre 1923 y 1930 vive bajo la dictadura del general Primo de Rivera implantada, en parte por causa de las responsabilidades derivadas del desastre del Annual en Marruecos, en 1921.
De hecho Jaime de Argila y su hijo Marcelo organizan buena parte de la trama de relaciones con activistas panárabes bajo el manto discreto de la masonería, recurso que favorecía las relaciones transversales en un ambiente tan ferozmente politizado como era el de los años treinta; y no solamente los contactos políticos sino también entre ámbitos sociales, nacionales y religiosos o étnicos diversos, algo especialmente útil en países como Marruecos, Siria, Líbano, Egipto o Irak. Jaime incluso fue promocionado por la Gran Logia Española (de la que llegó a ser gran maestre primer adjunto) para el cargo de Alto Comisionado del Protectorado tras la destitución de López Ferrer, furibundamente anti-masón, en enero de 1933.
Jaime de Argila medrará bajo la Segunda República, pero en parte lo hará gracias a sus contactos con Alejandro Lerroux. El momento culminante de su carrera tendrá lugar cuando colabore muy activamente en la creación de la denominada Asociación Hispano-Islámica (AHI), en 1932.
El historiador marroquí Mourad Zarrouk contribuyó de forma decisiva a perfilar la AHI con la documentación que extrajo al llevar a cabo su investigación sobre el diplomático y agente de inteligencia Clemente Cerdeira. En su libro (pags. 77-78), suministra algunos datos procedentes de un informe encargado a Cerdeira por la Dirección General de Marruecos y Colonias y elaborado con fecha 27 de marzo de 1933. Es interesante remarcar que la Oficina Mixta de Información tampoco tenía una idea muy clara de lo qué era o buscaba la AHI y la investigaba también por su cuenta, a pesar de que se trataba de una asociación ligada a la derecha, aunque fuera republicana,
En efecto, la AHI estaba vertebrada en torno a personajes del mundo de los negocios y hombres de Lerroux. El presidente era José Franchy y Roca, puntal del Partido Republicano Radical en Canarias, ex Fiscal General del Estado y ministro de Industria y Comercio por breve tiempo, en 1933. El tesorero era un hombre que orbitaba por entonces en torno a Franchy: el gerundense Melchor Marial, director general de Comercio en 1933 y luego director general de Trabajo. No es que fuera un lerrouxista, pero si un federalista de derechas, como Franchy, y sobre todo, un técnico con capacidad de seguir asumiendo cargos bajo el Frente Popular. En tercer lugar, el Secretario General de la AHI era Enrique Ràfols, un hombre de marcado talante conservador, procedente de la Lliga, que se había ocupado de organizar la Brigada Automovilística del Somatén.
En la AHI figuraba como Vicepresidente «SA el Emir Chekib Arslan, Presidente de la Academia Árabe, Jefe de la Delegación Palestina cerca de la Sociedad de Naciones, Ginebra». El otro Vicepresidente, Emilio Vellando, era un hombre mucho más oscuro, ingeniero agrónomo y abogado, alicantino y estudioso del Estado gremial-corporativo.
Jaime de Argila figuraba entre los vocales de la asociación. Se le suele atribuir la creación misma de la AHI, que ya se venía gestando desde 1929, pero cuando se fundó tres años más tarde, se mantuvo en un discreto segundo plano. Eso sí, junto a las personalidades árabes y magrebíes de la trama en la que se había entretejido: los marroquíes, entre ellos el antiguo ministro de Hacienda, Mohamed Ben Hassan el Ouezzani; el poeta Mohammed Daoud; el diplomático nacionalista Ahmed Balafrej; el sirio Ihsan al Jabri, cofundador de La Nation Arabe; el banquero palestino Ahmad Hilmy Pachá; el escritor egipcio Abdu el Haziz Taha Alibi, Y entre todos ellos, Clara Campoamor, la gran impulsora de los derechos de la mujer en tiempos de la Segunda República, y procedente del Partido Republicano Radical, de Lerroux.
Según se desprende de las citas que incluye Mourad Zarrouk en su libro, el objetivo de la AHI era el de abrir hueco a empresas españolas y sobre todo catalanas (textiles, cemento) en los mercados de aquellos países árabes que pronto dejarían de ser protectorados franceses o británicos. «En Oriente, España no era considerada una auténtica potencia colonial -escribe el historiador marroquí- La imagen ambigua mantenida en el imaginario árabe la asociaba con el evocador Al-Andalus. Por esa razón, los empresarios españoles soñaban con invadir el zoco de Oriente aprovechando el vacío que iban a dejar las mercancías francesas y británicas» (pag. 80). A tal efecto, en su informe arriba mencionado, Cerdeira daba cuenta de que se había constituido en Madrid un comité presidido por el periodista y especialista en Marruecos, Carlos de Baraibar -una figura clave en el PSOE de la época y amigo personal de Largo Caballero- y en el cual el diplomático y arabista Isidro de las Cagigas se encargaría del Magreb, y Enrique Ràfols de Oriente Medio. Por entonces, este hombre negociaba con Nuri al-Said, que había sido primer ministro del Irak bajo mandato británico y delegado en Ginebra, la adquisición del 25% de la explotación del petróleo iraquí a precio de mercado negro, la participación española en la Exposición Internacional de países musulmanes, y «el mantenimiento de una relaciones cordiales y un debate sereno con el movimiento nacional marroquí» (Zarrouk: 81).
Los años finales de la vida de Jaime de Argila nos lo muestran como un hombre poliédrico, comprometido con la causa panarabista e islamista, pero a la vez mucho más integrado en el círculo de los intereses clientelares de Alejandro Lerroux de lo que cabría pensar. En 1931, éste era ministro de Estado (AAEE) y según Zarrouk explica en su libro, encargó personalmente a Jaime de Argila un informe sobre el Congreso Panislámico de Jerusalén (pag. 77). A su regreso, explicó que los países árabes se preparaban para boicotear los productos de las potencias coloniales. A no dudar, ese informe contribuyó en buena medida a poner en marcha la AHI, una iniciativa a todas luces «externalizada», como se diría en la actualidad, con respecto al gobierno español, a pesar de participar en ella personajes afines al mismo o a la administración del Estado, en estrecha relación con hombres de empresa. Un proyecto fruto de mentalidades liberales con una estrategia que, por otra parte, resultaba bastante lógica, porque aseguraba la integración de personalidades e intereses a veces contrapuestos en la España y mundo árabe de la época, profundamente tensionados por la política. Una estrategia, además, vehiculada por las discretas redes de la masonería.
En esa ámbito, la actividad esencial de Jaime de Argila y su hijo Marcelo en esta época fue la de «ofrecer servicios y oficiar de mediadores en el ámbito económico y político [árabe] cuando se ofrecía la ocasión» (Zarrouk: 125). Un modo de vida que quedó truncado por dos acontecimientos infaustos: la guerra civil española, que estallaría en julio de 1936. Y poco antes de ello, el fallecimiento de Jaime, el 17 de septiembre de 1934, en su domicilio de Barcelona, Ballester, 29, principal, víctima de la tuberculosis. A su muerte llovieron los telegramas y cartas de condolencia de las personalidades del mundo árabe musulmán.

Ilustración: calle Ballester, 29 de Barcelona, domicilio de la familia Argila en los años treinta