En la imagen: Marcelo de Argila ante los miembros del Comité Central de Milicias Antifascistas y los delegados marroquíes del CAM, septiembre de 1936 (Jaume Marzal)
Texto: FRANCISCO VEIGA y JUDITH ARGILA
Ilustración: Jaume Marzal
Marcelo hijo mayor de Jaime de Argila fue su escudero durante los años más activos de sus actividades en el entorno del movimiento panarabista y panislamista. Había nacido en 1905, en El Cairo y obtenido el título de perito industrial en 1920. Aunque mantenía unas relaciones muy estrechas y de gran lealtad para con su padre, mostraba un carácter muy diferente; quizás, en muchos aspectos, opuesto. En las fotos familiares en las cuales Jaime sonreía -casi en todas ellas – Marcelo se mostraba serio, sin concesiones, Por ello, aún permaneciendo fiel al marco vital que su padre había creado, el hijo le imprimía un estilo propio.
De joven, Marcelo de Argila trabajó en la Canadenca (la «Canadiense»), la central eléctrica que proveía de energía a la ciudad de Barcelona. Lo más probable es que hubiera accedido a ese puesto de trabajo gracias a la amistad de su padre con Joan Pich. Pero, dese luego, allí también pudo haber estado el origen de sus amistades con personalidades anarcosindicalistas integradas, por otra parte, en los círculos de la masonería que Marcelo vivía con mayor conciencia que Jaime. Todo ello sin menoscabo de que durante los años de la Gran Guerra se hubieran originado vínculos perversos entre dirigentes obreros captados por los servicios de inteligencia alemanes y seguimientos de esa dinámica por el espionaje francés en Barcelona, un escenario en el centro del cual se había situado Jaime de Argila, el padre de Marcelo.
En cualquier caso, si es cierto que éste poseía un claro perfil idealista que se ve reflejado en su correspondencia privada, o en la dinámica de su militancia masónica, en la Logia Delta 94. Y sobre todo, en su participación como candidato al Parlamento catalán por el Partido Extrema Izquierda Federal, en las elecciones de 1932.

Entre el fallecimiento de su padre y el comienzo de la guerra civil pasaron apenas dos años. Por entonces, trabajaba ya como profesor de Química en la Academia Cots de Puerta del Ángel. En El eco de los pasos (1978), sus conocidas memorias, el líder cenetista Juan García Oliver, se erige en protagonista exclusivo del reclutamiento de Marcelo de Argila para la causa del Comité Central de Milicias Antifascistas. El objetivo era planificar y ejecutar un levantamiento nacionalista en la zona española del Protectorado de Marruecos. García Oliver se atribuye un notable protagonismo en todo el proceso que partía de «un folleto sobre tácticas revolucionarias a seguir por los Comités de Defensa anarcosindicalistas, que había redactado años atrás», según el cual «cuando estallase la revolución» había que procurar «como medida de defensa internacional», la sublevación de los pueblos del norte de África (El eco de los pasos: p. 234).
Se ha repetido mucho esa versión de García Oliver, pero hay otra que posee más visos de veracidad: la que tiene como protagonista al teniente coronel Vicente o Vicenç Guarner, que había servido en la guerra de Marruecos y desde 1935 ejercía como Jefe superior de los servicios de orden público de la Generalitat de Cataluña. Guarner tuvo un papel crucial en el aplastamiento de la rebelión militar en Barcelona el 18 de julio de 1936, no sólo por sus habilidades como estratega y sus capacidades de mando y logística, sino porque además había reorganizado las fuerzas de orden público en Cataluña, que tuvieron un papel primordial en las operaciones contra el alzamiento. En consecuencia, enseguida fue nombrado subsecretario de la Consejería de Defensa de la Generalitat, en agosto de 1936.
Guarner no sólo había participado en la guerra del Rif (1918-1925) sino que además había desempeñado el cargo de subjefe de la zona de Cabo Juby, en Sáhara español, entre 1927 y 1930. Así que hablaba el árabe y dialectos marroquíes y estaba integrado en las redes de la francmasonería que había acercado algunos militares, políticos e intelectuales republicanos al ámbito del nacionalismo marroquí. Lógicamente, Guarner conocía de sobra a los Argila, desde antes de la guerra civil, y prueba de ello fue que cuando organizó el primer aparato de inteligencia de la Generalitat, ya como subsecretario de la Consejería de Defensa, escogió a Marcelo de Argila como director. Esto lo cuenta él mismo en sus memorias de la guerra civil, páginas 211-213.
Además, Guarner era el asesor militar del Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña, que ya durante el verano de 1936 comenzó a organizar un plan para impulsar una sublevación marroquí en el Protectorado español, el cual supuestamente destruiría la retaguardia norteafricana del ejército colonial liderado por Franco y afectaría también al reclutamiento de tropas indígenas. En esencia, el plan suponía resucitar de nuevo la guerra del Rif, pero esta vez con el beneplácito de las autoridades de la República española, lo cual llevaría a la independencia de Marruecos o parte del país.
Teniendo a Marcelo de Argila en Barcelona, el plan parecía tener buenas posibilidades. Según la versión mantenida habitualmente, el Comité de Milicias lo cortejó, consiguió su colaboración y el «egipcio», como lo llamaban, se desplazó a Ginebra por vía aérea, vía Paris, para reactivar sus relaciones en el todavía centro operativo del panarabismo y panislamismo. Viajó acompañado de dos miembros de confianza del Comité: los cenetistas y masones José Margelí (de la logia Delta 94) y Jaime Rosquillas Magriñá.
El plan pasaba por entrevistarse con Shakib Arslan; éste, tras atender muy ceremoniosamente a la legación, recomendó el contacto con un discípulo aventajado suyo, y del que sería otro de los padres del nacionalismo marroquí: Abdeslam Bennuna.
Según explicó García Oliver, los catalanes regresaron con tres emisarios del Comité Panislámico, encabezados por el marroquí Abdeljalek Torres, que se entrevistaron con él, aunque se limitaron a informarle de que sólo tenían atribuciones para escuchar las propuestas del Comité de Milicias Antifascistas y que el Comité de Acción Marroquí (CAM), el primer partido nacionalista marroquí fundado en la zona francesa de Marruecos, en 1934, debería ser quien llevara a cabo las negociaciones.
Llegados a este punto, este relato, que le hizo García Oliver a Abel Paz y que éste publicó en su obra, La cuestión de Marruecos y la República española (Madrid, 2000; pp. 74-75) resulta muy cuestionable, sino directamente inventado. Comenzando porque Abdeljalek Torres se encontraba por entonces en Tetuán, estrechamente vigilado por las autoridades rebeldes. Después, porque en relato del viaje que hace Rosquillas Magriñá y reproduce también Abel Paz (pag. 114) no se menciona para nada esa delegación, ni nunca se especifican los nombres que la componen, a excepción de la imposible presencia de Torres. ¿Entonces, por qué García Oliver se inventa o distorsiona ese dato?
El viaje de Marcelo de Argila a Ginebra tuvo lugar durante la primera mitad del mes de agosto. Es posible que en realidad volviera con las manos vacías o con el convencimiento de que debía puentear de alguna forma a Shakib Arslan. No podía ignorar que éste personaje no podía simpatizar con un movimiento revolucionario de izquierda radical como el que se había hecho con el poder de facto en Barcelona y Madrid. Desde la Primera Guerra Mundial y antes, el emir Arslan había mostrado una clara preferencia por los alemanes y un rechazo no menos patente hacia los franceses y británicos. En abril de ese mismo año había arrancado la revuelta árabe en Palestina, contra las autoridades británicas y los colonos judíos, que iba a prolongarse durante tres años y que atraería la atención y el apoyo de la Alemania nazi. En tales circunstancias, resultaba evidente que Shakib Arslan difícilmente iba a apoyar activamente una rebelión en el Protectorado español dirigida contra los aliados españoles de Hitler y Mussolini.
De otra parte, en el Protectorado el general Juan Luis Beigbeder tomó el control de la administración desde los primeros momentos del golpe militar y consiguió ganarse el apoyo de los poderes fácticos marroquíes, sobre todo después del bombardeo de la aviación republicana a Tetuán, que alcanzó la Medina y provocó víctimas civiles. En diciembre de 1936 las autoridades franquistas ya aprobaban el Partido Reformista Nacional, del cual Torres iba a ser líder principal: poco después sería nombrado ministro de Hábices e incluso se permitiría la creación de una falange nacionalista propia, los Fityane, en enero de 1937.
Por lo tanto, sólo cabía buscar apoyos para lanzar la insurrección, si es que ello era posible, desde la zona francesa de Marruecos, y más precisamente en Fez, donde tenía su cuartel el CAM. Y ahí es donde entran en acción dos destacados militantes trotskistas franceses que de una forma u otra se ponen en contacto con los líderes de ese partido nacionalista marroquí y consiguen llevarlos a Barcelona en septiembre de 1936. Estos fueron Jean Rous y en especial David Rousset (POI-IV Internacional), con la colaboración del anarcosindicalista y luchador anti imperialista Robert Louzon
Llegados a este punto, no existe información precisa sobre el papel de Marcelo Argila en esta segunda parte del operativo. La delegación, compuesta por el periodista y nacionalista Mohamed Belhassan Wazzani (o Ouazzani), que había pertenecido a la Asociación Hispano Islámica, y a Omar Ben Abdeljalil, ambos en representación del CAM, llegó a Barcelona acompañada por David Rousset, el 1 ó 2 de septiembre de 1936. Inicialmente fueron acogidos por el POUM y alojados en el cercano Hotel Intercontinental -donde pronto residiría George Orwell-. De ahí ya pasaron al Comité Central de Milicias Antifascistas, que les asignó una residencia -posiblemente la sede del SSI o un palacete ocupado en Les Corts, y donde se alojarían en compañía de Rousset, Margelo de Argila, representantes del Comité de Milicias y un comandante del Ejército especializado en asuntos marroquíes.
Allí permanecieron buena parte del mes de septiembre, negociando y preparando los acuerdos, no sin impaciencia por la parte marroquí, que el día 18 escribieron una carta apremiando la toma de una solución definitiva; las dilaciones puede que tuvieran que ver con la crisis del gobierno Giral y la formación del nuevo gabinete de Largo Caballero, a lo largo del mes. El acuerdo que pedían los marroquíes se cerró apresuradamente dos días más tarde. En presencia de Marcelo Argila, se firmó el acuerdo de acción conjunto con el Comité de Milicias en el Salón del Trono de Capitanía General de Barcelona, el 20 de septiembre de 1936, lo cual quedó inmortalizado en una célebre fotografía.

Tras ser aprobado por el Comité, pasó a serlo por la totalidad de los partidos catalanes y finalmente, por la Generalitat. Pero quedaba la parte más importante en la cual había hecho mucho énfasis los delegados marroquíes: la aceptación del acuerdo por el gobierno de Madrid y el de París. Tras nuevas cartas de presión por parte de los delegados del CAM, se formó una delegación de representantes del Comité Central de Milicias, que agrupaba a Aurelio Fernández (CNT), Rafael Vidiella (UGT), Jaume Miravitlles (ERC) y Julián Gorkin (POUM). En torno al 25 de septiembre se trasladaron a Madrid en coche, quedando los delegados marroquíes a la espera en Barcelona.
Sin embargo, el resultado del enciento con Largo Caballero, a la sazón jefe de gobierno, fue desalentador. En un tono bastante desabrido, les informó de que representaban «a una región autónoma sin autoridad para negociar y firmar convenios ni pactos [diplomáticos]» (Paz. p. 155). Resultaba evidente que en Madrid aún escocía la iniciativa de Companys de organizar por su cuenta una Consejería de Defensa para la Generalitat, iniciativa para la cual no tenía atribuciones legales. Y, por otra parte, el gobierno de Madrid no disponía de demasiado dinero ni demasiadas armas para los marroquíes.
Pero sobre todo, la situación política en el Magreb era ciertamente muy delicada y un movimiento insurreccional en el Protectorado español se habría extendido al Marruecos francés, creando serios problemas al gobierno del Frente Popular francés (Paz, p. 151). En todo caso, y según Gorkin, propuso Largo Caballero, que los delegados marroquíes fueran a hablar con él. Algo, sobre lo cual hay todo tipo de informaciones contradictorias; según algunas fuentes, la delegación del CAM viajó a Madrid, según otras no había ya margen para empezar de nuevo otra negociación en la capital y los marroquíes salieron del país.
Pero nada de ello selló el final de los planes para sublevar el Protectorado español de Marruecos. Muy al contrario, el mismo Largo Caballero impulsó uno propio, ya al cabo de un mes de descartar el de Argila y el Comité de Milicias Antifascistas. Este proyecto fue el desarrollado en Madrid por el socialista Carlos de Baraibar, con el apoyo directo de Largo Caballero, a la sazón presidente de gobierno. La operación está ya ampliamente documentada a partir de una investigación desarrollada por Miguel Antonio Luna Alonso y es de fácil consulta en la red. Se puso en marcha en noviembre de 1936, con importantes medios materiales y de inteligencia sobre el terreno: Baraibar hizo dos viajes a Marruecos en persona y se gastó una fuerte suma de dinero, contando con el respaldo de los cónsules españoles en el país.
El plan pretendía contar con el apoyo del gobierno francés, pero como explica acertadamente Miguel Antonio Luna, eso era una quimera y bien conocida a priori en Madrid: «Todo apunta a que las autoridades francesas no estaban dispuestas a tolerar que desde territorio bajo su jurisdicción se fomentara una sublevación de las cabilas de la zona española: primero, por temor a que tal sublevación pudiera alentar las aspiraciones de los nacionalistas marroquíes, activos en su zona y que estaban en buenos términos con los rebeldes, los germanos y los italianos, que fomentaban medidamente sus reivindicaciones para crear dificultades a Francia; y segundo, porque ésta misma, obligada a seguir la política británica de apaciguamiento del fascismo, evitaba a toda costa cualquier gesto que pudiera ser interpretado por Alemania como una provocación -y desde luego lo era apoyar una iniciativa contra Franco al que era notorio que Hitler y Mussolini apoyaban» (Miguel Antonio Luna, p. 403).
En casi todos los relatos, la actitud e intereses de los propios marroquíes suele quedar en segundo plano, e incluso desdeñada por el propio García Oliver que buscó meterlos de lleno en la acción, esto es, embarcarlos en el hecho consumado: que desencadenaran la insurrección en clave revolucionaria, respaldada directamente desde Barcelona y con ello ganar la guerra civil y obtener la independencia para Marruecos. Eso explicaría las dilaciones para alcanzar un acuerdo entre el Comité de Milicias y la delegación de la CAM en septiembre de 1936. Pero la variante de García Oliver resultaba bastante atolondrada y era lógico que la delegación marroquí buscara obtener el máximo de garantías y consultaran asiduamente con Shakib Arslan en Ginebra. De hecho, al final se conformaban con un arreglo pactado y garantizado por Madrid y Paris, como el Tratado de independencia franco-sirio de 1936.
Fácil es comprender que la posición de Marcelo Argila en todo este embrollo era de lo más comprometida. Puestos a escoger, sus lealtades estaban más con los interés de los marroquíes que con los volátiles planes de García Oliver. Y también se debía a Vicente Guarner, cuyo papel en toda esta historia es poco conocido, y a la autoridad de la Consejería de Defensa de la Generalitat.
En realidad, eran muy escasas las posibilidades reales de que la insurrección triunfara rápidamente en el Protectorado español, firmemente controlada por los franquistas. Siendo así, el plan podría haber degenerado en una guerra civil entre marroquíes, implicando a los franceses, pero también a alemanes e italianos que estaban enviando material militar para Franco al Protectorado. Se sumaba a todo ello el hecho de que existían razones sociales objetivas que explicaban el éxito del reclutamiento masivo de mercenarios rifeños para las tropas de Franco, como explica Adnan Mechbal en su trabajo: Los Moros de la guerra civil española: entre memoria e historia (2011).
Todo lo cual hace más incomprensible el desarrollo del proyecto Baraibar, a no ser que, como afirma Miguel Antonio Luna, no se tratara de un paripé relacionado con los intereses políticos domésticos de Largo Caballero y, de refilón, con el interés soviético en Marruecos, que también estuvo presente. Pero esta cuestión forma parte de otra historia.