La frase que encabeza este post se repite varia veces a lo largo de la novela de Charles Cumming, En un país extraño (Black Salamandra, 2017). Este autor (n. 1971) forma parte de la nueva generación anglosajona de autores de novelas de espionaje, y de hecho esta obra supuso la consagración de Cumming cuando fue publicada en 2012, o al menos esto es lo que se afirma en la contraportada.
La frase «espiar es esperar» forma parte de los intentos del autor por convencer al lector de que conoce bien el mundo de los servicios de inteligencia. Él mismo, lo vivió tangencialmente cuando intentó acceder al MI6, aunque parece que no logró completar el curso de ingreso. Esa experiencia se ha hinchado en alguna que otra reseña y en la presentación que se hace del autor por las editoriales, dando por supuesto que es suficiente para considerar que posee un «extraordinario conocimiento del mundo de la inteligencia británica». De hecho, licenciados y graduados de muchos países buscan un primer trabajo en los servicios de inteligencia, al salir de la universidad, pero ello no significa que sean admitidos. La experiencia queda oculta u olvidada y en modo alguno supone que hayan adquirido una formación que los capacite como profesionales; menos aún como veteranos.
Los procedimientos relatados en la novela de Cummings son, en su mayoría, propios de cualquier detective: cómo hacer un seguimiento, cómo montar una vigilancia, cómo obtener información sobre una persona mediante un contratado eventual interpuesto. Y cuando el relato llega a situaciones aparentemente sin salida, el autor recurre a las prerrogativas que, en teoría, posee cualquier servicio de inteligencia potente: obtener los datos de una tarjeta de crédito, rastrear un móvil, incluso hacerse con el código de seguridad de una caja fuerte de hotel. No hay mucho ingenio operativo en ello.
Por lo tanto, estamos ante una más de las novelas de espionaje que, de hecho, es un relato de suspense policial: cómo resolver la desaparición de un alto mando del MI6, como encontrar al hijo de la protagonista, secuestrado por los malos (que son espías franceses, novedad para el siglo XXI), y cómo resolver el caso. Cummings inscribe la acción en un pulso estratégico actual: la pugna entre Londres y París por el control de MENA (Oriente Próximo y Magreb) tras la Primavera Árabe. Pero lo pergeña al final, embutido en las últimas páginas de la novela y no resulta convincente.
La obra es entretenida, se hace fácil de leer, la acción está bien dosificada y, sobre todo, incluye como central un elemento consustancial al trabajo de inteligencia: el factor «rifarse por la banda»: trabajar y arriesgarse por lealtad y amistad a un equipo, a determinadas personas de una institución. Thomas Kell, el protagonista de En un país extraño (es más adecuado el título original: A Foreign Country) es , de hecho, un perdedor, expulsado del servicio de inteligencia británico por una irregularidad. Tiene la oportunidad de enmendarse, pero acaba dándolo todo por amistad. Un viejo planteamiento que suele funcionar, al menos en las novelas de espías británicas.
Otra marca de fábrica de ese género es la presentación del autor como alguien que trabajó en el mundo de los servicios secretos. Esto puede funcionar como reclamo publicitario, pero no necesariamente tiene por qué influir en el resultado literario. Sería como decir que para escribir una buena novela policíaca hay que haber sido policía o delincuente. Precisamente, una de las novelas de espías más aburridas que existen la escribió en su día Alberto Perote, el que fue jefe de la Agrupación de Operaciones y Misiones Especiales (AOME) del antiguo Cesid . Y las obras de Stella Rimington, la antigua directora general del MI5, tampoco han triunfado de forma neta más allá del ámbito anglosajón. Pero este un asunto del que se hablará en otro post.