«Le Bureau des Légendes»: el oficio es lo que es

Oficina de infiltrados es, sin duda, una de las mejores muestras actuales de narrativa sobre espionaje. Su formato minimalista, sin aspavientos ni dramatismos hace que los personajes de esta serie resulten muy creíbles; no ya como actores que interpretan a agentes de inteligencia, sino como agentes de inteligencia en sí mismos. Son tipos de apariencia y comportamiento muy normales y corrientes, del montón. En la Oficina de Infiltrados se comportan como espías pero podrían ser funcionarios de Hacienda o de la compañías del gas. Ojo, no hacen de policías ni de periodistas: muy escasas concesiones al histrionismo como marca profesional. Son espías: gente normal, como usted o como el vecino.

No llaman la atención. Sin embargo, manejan correctamente las herramientas del oficio. Oficina de infiltrados actualiza sin pudor la moderna tecnología de seguimiento y control en la pequeña pantalla desde 2015. Es una serie del siglo XXI, no añora los viejos postureos del oficio. No hay concesiones al romanticismo del espionaje, si es que existe tal cosa en la vida real.

Así que hay procedimiento, mucho. Pero está perfectamente adecuado a los argumentos y al cuidado estudio sicológico de los personajes, siempre lógico y comprensible: son espías reales y humanos con sus problemas -los de cualquier persona, más los propios de la profesión-, no pedanterías con patas. Tampoco hay flagelaciones morales ni paternalismos. El oficio es lo que es.

Una gran serie; engancha a partir de su perfecta verosimilitud. Y lo hace bien, suavemente y con elegancia, a la francesa. Los nombres en clave de los espías, por ejemplo, son todos insultos y expresiones que dice el capitán Haddock en los cómics de Tintín. No toma al espectador por tonto, como explica el actor que protagoniza al personaje principal. No hay homenajes a Le Carré. Menos mal.

Un último apunte: el título original en francés es Le Bureau des Légendes. A los infiltrados se les construye una tapadera, una historia, una «leyenda» en el sentido peyorativo de «mito»: una historia falsa, un engaño.