Un relato existencial

El agente oscuro (2019) es uno de esos libros que se podrían catalogar como de «narrativa de la Casa» porque de una manera u otra están promovidos o, al menos, parecen autorizados por esa institución. En este caso eso parece bastante claro dado que no se trata de una obra de ficción, sino de unas memorias en que se explican asuntos más que sensibles que obligan al autor a permanecer en el anonimato. Fue prologado y con ello avalado por el periodista Ignacio Cembrero, un buen experto de «El País», represaliado en su día por un enfado de Marruecos.

«Agente oscuro» es todo aquel espía sin respaldo oficial de ningún tipo. No es un funcionario de servicio de inteligencia con formación específica, ni un agente con cobertura diplomática, ni un «honorable corresponsal» ni nada que se le parezca, Es el espía puro y duro, el de verdad de la buena: el infiltrado de base, el tipo que se juega su seguridad e incluso la de su familia por hacer un trabajo que a veces puede aportar resultados decisivos, o quizás tan sólo mediocres; pero es posible que ni él mismo llegue a saberlo nunca. O sea que ese perfil que recibe denominaciones condescendientes tales como «confidente», «informador» o «activo» es el espía de verdad, el héroe o el villano de la película, que si todo va bien, nadie conocerá nunca.

El libro ofrece numerosos detalles sobre procedimiento operativos y a la vez se exponen en él las limitaciones de trabajar con uno u otro target: a resaltar las que suponen tratar con los servicios de inteligencia marroquíes y el panorama de las comunidades musulmanas en España, que el autor demuestra conocer muy bien. Pero la esencia argumental de El agente oscuro son las motivaciones que mueven a una persona a meterse en tamaños líos.

Desde el punto de vista de lo que sería un relato de fondo existencial, la obra está bien escrita, con páginas de indudable calidad literaria y un tono general que recuerda al de La vida en (la) compañía de Robert Baer. Las alusiones a la nausea y la angustia que implican lidiar con una doble vida, sobre todo cuando eso incluye mantener a la familia al margen y segura, están muy bien dosificadas y expuestas. Desde «la destemplanza de la mentira y el desamparo del artificio» a «la bajeza de la infiltración, la impostura y el espionaje de las ideologías más opacas y perversas», el protagonista exuda esa contradicción básica que consiste en compaginar su tranquila vida familiar con la de espía que se llega a convertir a la religión musulmana en secreto, con la excitación de la acción y la droga de sentirse halagado en un club muy exclusivo, resolviendo así «una extraña y nunca bien diagnosticada tendencia al azoramiento y al embrollo, así como a la acción trepidante», en sus propias palabras.

En definitiva, un relato, que no una novela, sobre las motivaciones que llevan a una persona al mundo del espionaje y la mantienen ahí durante varios años. ¿Cuál es la respuesta? Ahí reside la intriga en esta obra que el lector deberá dilucidar. Esa es la cuestión, resuelta en El agente oscuro con bastante honestidad, en tanto en cuanto el autor no duda en detallar dónde se situaban los límites entre su lealtad y abnegación, la confianza en sus gestores y la percepción de su propia seguridad. Ese es el tema y no una trama de novela «trepidante», elogio estándar que se suele utilizar con cualquier libro de espías al uso. Y si no trepida, mal asunto. Pues no tiene por qué ser así.

«Tenía la obligación de enseñar a mis hijos a superar con holgura cada uno de los trámites de la vida, y me daba cuenta de que no lo estaba haciendo por culpa de todas esas situaciones disparatadas a las que me conducían unas instituciones cuyas siglas no significaban nada para la gran mayoría de las personas con las que me relacionaba en mi mundo honesto.» (p.157)