La risa de Ceaucescu

La risa de Ceaucescu es un verdadero título de colección, prácticamente imposible de encontrar hoy en día. Publicada en 1991, la firmaba Jesús Flores Thies, un personaje cuanto menos singular: dibujante y guionista de comics, coronel de Artillería y políticamente comprometido a favor de los autores del 23-F.

Resulta difícil establecer si el autor (fallecido en 2017) trabajó en algún momento de su vida para el antiguo CESID o, sencillamente tenía conocimiento de los métodos operativos de los servicios de inteligencia a partir de los cursillos de formación que recibe cualquier militar español y/o venían completados por su imaginación como guionista de relatos de aventuras o conocidos en los servicios de inteligencia.

También cabe considerar que la novela cumplía cierta función de criticar al gobierno de entonces. Aunque, treinta años más tarde, esta vertiente de la narración -que se manifiesta, por ejemplo, en el retrato que traza del entonces Vicepresidente Alfonso Guerra- hace sonreír por la ingenuidad con que es gestionada.

La obra cuenta cómo un agente contratado (un «canguro», en la terminología de la época) que resulta ser un catedrático de Filología eslava, lleva a cabo el encargo de recuperar una parte de las cintas que la Securitate rumana había grabado a políticos españoles y personalidades influyentes en situaciones comprometidas, durante sus visitas a Rumania, en tiempos de Nicolae Ceausescu. La trama no era una fantasía: realmente existieron esas cintas y se organizó la denominada Operación Andóval para recuperarlas allá por 1990. Pero luego las cosas se torcieron, un free lancer iraní descubrió al equipo español que operaba en Bucarest, publicó algunas fotos comprometedoras y el coronel Juan Alberto Perote, que por entonces era el agente operativo por excelencia de los servicios secretos españoles, el James Bond que se multiplicaba por doquier, hizo unas declaraciones negando la existencia de las cintas. Aquí queda un recuerdo de aquel lío, en el que se mezclan exageraciones con rumores, pero que da una idea de la que se armó.

En La risa de Ceausescu (quizá una de las primeras «novelas de la Casa») el protagonista intenta recuperar una parte de esas cintas que terminan en territorio de la Unión Soviética. Para ello va a manipular a un turista español, un perfecto don nadie, que se verá envuelto en los tejemanejes del «canguro» a las órdenes de «El Jirafa» (seudónimo que le atribuye al teniente general Emilio Alonso Manglano, director del CESID entre 1981 y 1995).

La narración es desenfadada y entretenida y no deriva hacia situaciones dramáticas. En conjunto, una obra con cierto aire hitchcockiano y con valor de pieza de colección.