¿Alguien conoce realmente que hay de verdad y de engaño en las memorias del agente español Luis Manuel González Mata, más conocido por su nombre en clave, “Cisne”? Desde luego que el personaje existió, pero no está tan claro que lo que cuenta en su libro de memorias, que allá por 1977 fue un best-seller, sea poco más que un puñado de supercherías.
Lejos de hacer que el libro sea rechazable o digno de seguir olvidado en polvorientas estanterías, aquí lo reivindicamos como objeto de estudio para cualquier ensayo o curso sobre narrativa del espionaje. Visto con ojos de historiador, Cisne. Yo fui espía de Franco (1977) es una obra muy característica del arranque de la transición. El autor nos explica su trayectoria como agente del servicio de inteligencia militar español, el Servicio de Información del Alto Estado Mayor (SIAEM), y luego como agente libre o al servicio temporal de personajes como Trujillo, el abyecto dictador de la República Dominicana; también como agente doble de la CIA. La trayectoria personal de “Cisne” no es un camino de rosas: pasa largas temporadas en cárceles argelinas y en general recorre la historia de su tiempo con una mano delante y otra detrás, corto de dinero y en la cuerda floja. Nada que ver con la glamourosa imagen del 007 o, como mínimo, del “hombre para todo”, bien pagado y aficionado a la buena mesa y los cocktails sofisticados.
González-Mata fue un currante del espionaje, con mucho oficio, pero un peón. Como mercenario que es, acostumbrado al toma y daca y a la supervivencia, “Cisne” decide tirar de la manta y “contarlo todo”, vendiendo sus secretos sobre un régimen, el franquista, que ha concluido con la muerte del dictador dos años antes. De paso, se cubre las espaldas ante los sucesores: en realidad no lo ha contado todo, podría desvelar más y sus memorias son sólo una prueba de ello. Posiblemente le funcionó la iniciativa, porque al año siguiente de publicar el libro aparece involucrado en el intento de asesinato del independentista canario Antonio Cubillo en Argel.
Pero el libro tiene otra dimensión. Algunos de los secretos que contaba levantaron expectación pero a la vez fueron rechazados por “inverosímiles”. ¿Cómo se podía mantener el absurdo de que Franco hubiera llegado a acuerdos con la Unión Soviética en plena Guerra Fría? Máxime teniendo en cuenta que a partir de esos apaños que incluían la cesión de alguna información sobre las bases americanas en España, el dictador hubiera logrado asestar algunos reveses a la militancia comunista clandestina.
Y sin embargo, las pruebas de que hubo acuerdos entre Madrid y Moscú u otras capitales del Bloque del Este están ahí, y de una forma u otra se pueden investigar por los historiadores. Hubo acuerdos comerciales en los sesenta e incluso en los cincuenta. La flota pesquera soviética faenaba desde puertos canarios ya antes de la muerte de Franco y entre esos barcos había algunas con demasiadas antenas que se dedicaban a la pesca SIGINT.
¿Por qué no se investigaron esos pasteleos en todos estos años? Y ahí es donde el libro de González-Matas nos revela por qué la narrativa sobre espionaje puede resultar incómoda entre los lectores de unos cuantos países: porque revela que una de las funciones de los servicios de inteligencia es la salvaguarda de los secretos del propio estado sea cual sea el color político del mismo. Porque cualquier gobierno los tiene, son consustanciales al ejercicio del poder y no todo el mundo está dispuesto a admitir que “los suyos” los hubieran vendido por un plato de lentejas. Algo que los espías profesionales saben muy bien. Comenzando por el mismo Richard Sorge.